¿Miedo al rechazo?


La primera vez que me enfrente al rechazo tenía 8 años. Una compañerita de clases me dijo que ya no podíamos ser amigas porque su mamá le prohibió juntarse conmigo. Mi mente infantil no pudo encontrar motivos suficientes para entender el por qué tenía que alejarme de mi amiga, pero dejando eso de lado, me dolió mucho su rechazo. 

Conforme fui creciendo, siguieron presentándose muchas otras situaciones donde tuve que afrontar nuevamente el rechazo de personas que yo consideraba importantes. Aquellas veces cuando fui excluida de un juego u obligada a jugarlo de alguna manera distinta a la mía, porque de lo contrario no podía formar parte del mismo. Aquellas veces en que me sentía triste por situaciones que se vivían en casa y que yo no entendía, pero que tuve que mantener reservadas porque en la escuela o con amigos, no era bien visto platicarlas. Aquellas veces cuando quienes consideraba mis mejores amigas y/o amigos no me apoyaron o respaldaron en momentos en que de verdad los necesitaba. Aquellas veces cuando me di cuenta que personas con las que yo quería estar, hacían planes a escondidas porque no querían que yo formara parte. Aquellas veces en que mis valores, mis estudios o mis experiencias, no han tenido mayor peso que el apellido o el dinero de otras personas. Aquellas veces en que por más esfuerzo y entrega le dediqué a mi trabajo, no fue suficiente para ser tomado en cuenta. Aquellas veces en que negarme a hacer algo que no quería, fue motivo para excluirme y dejarme fuera.

Todas esas experiencias de rechazo, que vivimos a lo largo de nuestra vida y con diferentes personas, de una manera u otra nos lastiman y dañan nuestra autoestima, haciéndonos sentir fuera de algo a lo que muchas veces queremos pertenecer. Sin embargo, somos nosotros mismos quienes damos la importancia y nos sentimos molestos o incómodos por situaciones que en realidad no la tienen.

El ser humano es social por naturaleza. Tendemos a la búsqueda de la compañía y también de la aprobación de los demás. Un sentido de pertenencia. Y entonces, cuando los demás nos rechazan y nos dejan fuera, surge en nosotros un sentimiento de ofensa, damos por hecho que las personas nos tratan con desprecio e inferioridad. Esta sensación provoca un efecto tan real en nuestro cuerpo, que generamos las mismas sustancias químicas ante el rechazo social que cuando nos damos un golpe.

En nuestra sociedad, hemos sido educados para pensar que debemos agradar a los demás. Y con ello, sin darnos cuenta nos hacemos cargo de una responsabilidad muy grande. Vivimos con miedo de decir o pensar algo por lo que puedan dejar de querernos y nos rechacen. Pero se nos olvida lo más importante: si no te apruebas a ti mismo, constantemente buscaras aprobación en los demás.

Hagamos un ejercicio rápido. Analiza por un momento, ¿cómo es tu voz, tus gestos, tu postura, tu forma de vestir y tu forma de mirar a las personas cercanas a ti cuando te rodean? Familia, amigos, colegas, compañeros de la escuela o del trabajo... ¿Verdad que esto evidencia muchas veces tu necesidad de ser aprobado? 

Las personas que sufrimos por el miedo a ser rechazados vemos el peligro y el riesgo en todas partes, especialmente en los demás. Jugamos a leer sus pensamientos creyendo adivinar sus percepciones de nosotros. Si alguien nos ve feo inmediatamente creemos que es porque algo hicimos mal y no le agradamos... si alguien cerca de nosotros se ríe, pensamos que se ríe de nosotros. ¡Imaginen lo cansado que es vivir con esa angustia! Incluso las personas que nos amen, no siempre estarán de acuerdo con nosotros. Y es sano y está bien, por ello hay que trabajar mucho en esta aceptación. De la misma manera, quienes tememos el rechazo, debemos aprender a decir "no" cuando algo no nos gusta. ¿Te pasa que a veces dices "sí" y luego te arrepientes? Prueba a decir "no" sin tener que justificarte todo el tiempo y si lo haces, intenta con una excusa simple, por mera educación, eso es más que suficiente. Deja de huir del conflicto, el conflicto no significa rechazo. No tienes que acceder a todo para generar aprobación. 

Por último, permitamos que la gente, en general, sea como es. No tenemos derecho a moldear la conducta de nadie. Intentemos no tomar personal las acciones de los demás. Cuando la gente no actúa de la manera en que nosotros esperamos, no son ellos quienes nos han ofendido, sino nosotros quienes teníamos expectativas distintas. Y si alguien, consciente o inconscientemente te rechaza, perdónala(o). No gastes tu energía guardando resentimientos, porque al final no son ellos quienes pierden la paz, sino tu... y una vez que el enojo desaparece, creas espacio para tu paz. ¡Sé suficiente!, pero primero para ti mismo, el resto del mundo puede esperar.



Comentarios

Entradas populares de este blog

No tomes decisiones enojado ni hagas promesas feliz.

Ojos que no ven...¿corazón que no siente?

Cabello de plata y corazón de oro